El Athletic superó a los navarros en juego y empuje, pero fue incapaz de ampliar la ventaja después del tanto de Iñaki Williams y cedió un empate definitivo en la prórroga.
Osasuna cumplió el sueño que venía alimentando desde hacía 19 años, cuando jugó la única final de Copa de su historia. Un gol de Pablo Ibáñez en la prórroga, el estado preferido por su equipo, que ha asaltado el último escalón después de superar cuatro, llevó la felicidad a la grada pamplonica, que había permanecido callada durante mucho tiempo por la superioridad manifiesta del Athletic. Pero el fútbol es cuestión de goles. Los bilbaínos sólo pudieron sumar uno y no consiguieron darle la vuelta a la tortilla. Osasuna, en su único acercamiento peligroso al área de Agirrezabala, sumó otro. Un golazo. Un fuerte golpeo con el interior del pie derecho, con una colocación perfecta y el aliento contenido de una ciudad entera. Solo un gol, pero suficiente como para estar el 6 de mayo de la Cartuja, y también en la Supercopa como premio añadido, claro.
En medio de la locura que se había generado en Bilbao, y que surgió casi de la nada; sin caldo de cultivo en el que crecer, el Athletic templó sus nervios en el césped durante la primera parte, supo mantener a raya a Osasuna, que andaba con cierto tembleque, y se fue al descanso con la eliminatoria emparejada después del gol de Iñaki Williams, que rompía una sequía cósmica con un gol oportuno después de un córner que peinó Vesga. El equipo de Valverde llevaba más de una centena de saques de esquina sin fruto, y como en el caso de Iñaki, el gafé se quebró en el lugar adecuado, en el momento preciso.
Era un premio al dinamismo rojiblanco, que no cejó desde el primer minuto, mientras Osasuna parecía un tanto apocado en sus acciones, incluso perdiendo tiempo desde muy pronto. Los bilbaínos se acercaban a oleadas, bajo la batuta de Vesga, con el apoyo de Muniain, y los hermanos Williams abiertos en las bandas. Subían De Marcos y Yuri, en su mejor versión, y presionaban muy arriba la salida osasunista.
Herrera salvó el primer intento de Guruzeta, tapándole los espacios cuando se encontró frente a él. Era el minuto 7, y para la afición local la cosa prometía, no tanto para la esquina osasunista, repleta pero a verlas venir ante el empuje bilbaíno. Llegaba y llegaba el Athletic, pero salían a relucir los viejos defectos: los centros se quedaban cortos o se iban largos. Hasta el gol de Williams, que abrió en canal a la grada y espoleó a los jugadores de casa, que se empeñaron todavía más. La baza de Abde no le funcionaba a Arrasate en ataque; sólo la pelea continua de Kike García, fajándose en solitario entre los centrales, mantenía viva la llamita de los delanteros pamplonicas, que oscilaba para apagarse con cada soplido rojiblanco.
No respondía Osasuna al envite del Athletic, y aguantó como pudo hasta el descanso, pero su actitud no mejoró después de la charla de Arrasate. El Athletic siguió cada vez más mandón, encadenando ocasiones, la más clara, en un remate de Nico Williams a las nubes, empachado de balón después de un envío fantástico de su hermano desde la banda derecha. Tenía toda la portería para dirigir el disparo, pero eligió la potencia en vez de la colocación.
Por momentos, Osasuna se vio desbordado por el arreón bilbaíno, que no cesó en ningún momento. Iñigo Martínez tuvo la oportunidad de meter al Athletic en la final, pero Herrera fue decisivo de nuevo, y Nico, en el 86, tropezó en la misma piedra después del remate de Raúl García que rechazó el portero y le llegó para un nuevo envío a la grada alta de San Mamés. Pero la falta de pegada del Athletic llevó el partido a la prórroga, la cuarta para Osasuna en la Copa de esta temporada. Ganó las otras tres, claro, por eso llegó a las semifinales.
Las fuerzas menguaban en el tiempo extra, y a los bilbaínos les empezó a faltar la chispa que nunca tuvieron los pamplonicas, que sin embargo también veían que la marea empezaba a bajar. Se multiplicaban los errores en el pase, faltaba la finura necesaria, pero no decaía el ánimo, con la grada metida en el partido al cien por cien. Pero la fortuna fue esquiva con los valientes. Declinaba la prórroga cuando Ibáñez cazó el disparo que llevó a Osasuna a su segunda final.
Fuente: ELPAÍS
Imagen: ELPAÍS